lunes, 25 de febrero de 2019

Tres minutos...

-Hagamos un trato. Voy a ser generoso y te voy a dar tres minutos.
-¿Tres minutos para qué?
-Para que te corras.
-¿Y si no lo hago?
-Puedes pedirme lo que quieras.
-...
-LO QUE QUIERAS.

Y desde ese mismo instante ella sabía que había ganado la apuesta, que tenía el juego controlado.
O eso creía...

La tomó por el cuello y la sentó en la cama al tiempo que bajaba, con la mano libre, por su pecho hasta llegar a su sexo. Estaba húmedo y olía a gloria. Se moría de ganas por beber de ella y saciar su sed; se le hacía la boca agua, así que sin mediar palabra bajó a su entrepierna con la lengua y la posó rápidamente en su pequeño pero excitado clítoris, lo puso entre sus labios y comenzó a acariciarlo suavemente con éstos y, sin dejar de mirarla a los ojos, subió con sus manos de nuevo a su pecho para agarrar sus preciosas y firmes tetas con esos pequeños pendientes negros atravesando sus tiernos pezones.
Se relamía una y otra vez tras jugar fervientemente con sus labios entre los muslos de ella, sin limpiarse la cara ni la barba, disfrutando del olor que impregnaba la habitación... 
Se dispuso a penetrarla con dos dedos queriendo desafiar su cada vez más mermada resistencia. Poco a poco, salivándolos e introduciéndolos lentamente hasta llegar a lo más profundo de su ser. Se estaba conteniendo mucho para no acabar agarrándola de la cintura y follándosela sobre la almohada hasta hacerla chillar su nombre. Demasiado.

Quería seguir jugando, pero también quería verla arrodillada suplicando, rogando porque la hiciese suya. Quería tenerla sometida como a su esclava, como a su perrita, como a la zorra insaciable que es y que él adora. La quería; simplemente la quería.

Puso un cojín a los pies de la cama y, cogiéndola del pelo, la sentó en él. Ella, casi inmóvil, adoptó una postura que dejaba poco a la imaginación desde la perspectiva en la que él podía apreciarla. Su trasero se veía espectacular y casi podía intuir cómo se humedecía el cojín bajo sus labios. Sus ojos... Sus putos ojos clavados en los de él mientras empapaba su rabo con la lengua antes de hacerlo desaparecer entre sus fauces. Cerró los ojos, empezó a mamársela como no lo había hecho en mucho tiempo y él dejó escapar un gruñido. Sentía cómo se ensanchaba su miembro en la boca y notaba cada palpitación, cada vez más a punto de estallar.
Marcaba el ritmo con la mano mientras seguía lamiendo y pellizcando suavemente con los dientes la punta de su pene que acababa en ese piercing que hacía que ella se volviese loca mientras le cabalgaba.

Más rápido, más prieto, más saliva.
Los gemidos de ella, los gruñidos de él sosteniendo su cabeza sin poder parar de mirar hacia abajo...

Muy poco le faltó para llenar su boca de esperma, pero le agarró la mandíbula y la levantó hasta ponerla completamente de pie. La llevó hasta el espejo y frente a éste comenzó a penetrarla.

-Mírate. Míranos. Así te imagino a cada instante.

Le mordió el labio mientras le susurraba lo mucho que le apetecía ese momento.
Fuerte, cerdo, entre gritos y jadeos. Iban a por el orgasmo perfecto.

-Me encanta la cara de puta que se te pone cuando te trato mal.

Ambos explotaron mojándose las piernas, dejando caer de entre ellos un chorro blanquecino de éxtasis que los envolvía en la más guarra de las fragancias del sexo animal.

Sudados, acalorados, sedientos... Y aún cachondos.

-¿Estás preparada para el segundo asalto, nena?






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